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noviembre 2009

Tú tampoco estás sola

CRISTINA REGUERA GARCÍA SECRETARIA DE IGUALDAD DE USO EN ASTURIAS
VIOLENCIA DE GÉNERO Su consulta era para solicitarnos la posibilidad de una reagrupación familiar y poder traer desde Marruecos a su marido. Pero desde el mismo día que Mustafá pisó por primera vez suelo asturiano, Nora no mostró atisbos de alegría por la llegada de su pareja.

A veces, cuando la realidad ni la ves ni te la cuentan, hacer juicios de valor es una peligrosa arma de doble filo, y tener la cabeza fría y poder actuar a la vez, te hace sentir la impotencia más dura, mezclada con el remordimiento de que no estás haciendo ni evitando nada. Plasmarlo en el papel resulta todavía más difícil, pues no puedes aplicar el verdadero sentimiento al ser algo intangible. Y actuar es rozar en ocasiones una situación de verdadero peligro y controversia, ya que, cuando existe alguien a tu alrededor en donde pueda existir una situación de maltrato, sólo por puro y estricto riesgo de la víctima, hace que procedas con una especial sutileza y con mucha, mucha prudencia.
No recuerdo bien el día en el que Nora entró por el departamento de inmigración, pero jamás podré olvidar su triste mirada. De esto hace más de un año, y su fina figura, su larga coleta negra, sus refinados modales y su semblante asustado, como si estuviera pidiendo perdón por hablarme, aún hoy no se ha ido de mi cabeza. Su consulta era para solicitarnos la posibilidad de una reagrupación familiar y poder traer desde Marruecos a su marido. Pero desde el mismo día que Mustafá pisó por vez primera suelo asturiano, Nora no mostró atisbos de alegría por la llegada de su pareja.
Continuó durante un tiempo sus citas con nosotros, pues participaba en unos cursos que impartíamos para el acceso de emigrantes a una bolsa de trabajo, a donde se terminaría adhiriendo. Sin embargo, sus citas empezaron a ser cada vez más espaciosas y su interés por contarnos cómo le iba tras la llegada de su recién llegado marido se fue difuminando con dosis de silencios que se alargaban en el tiempo. Mi interés por descubrir si él tenía trabajo, si deseaba acceder a nuestros cursos o si quería conocernos, suponía una lucha externa entre los negros ojos de Nora, que se abrían asustados, y unos labios que enmudecían la realidad.
Traté entonces de engañarme, de aceptar una cultura diferente que coarta las libertades de la mujer marroquí y asumí que mi relación y preocupación por Nora se atenuaría con el tiempo. Sin embargo, de vez en cuando, mi desasosiego acompañaba a mi impaciencia, y recordaba que ese menudo cuerpo albergaba más pena que la que su rostro era capaz de alumbrar.
No fue cuestión de habilidad, ni siquiera de indagaciones (nada más lejos que invadir su privacidad); fue algo tan simple como una llamada telefónica. Por su ficha supe que era el día de su cumpleaños, y como hacía semanas que no nos visitaba, me decidí a felicitarla. La llamada fue corta. Tan insignificante, que sólo puede escuchar un grito amenazante y el largo pitido de desconexión telefónica. Algo o alguien impedían que pudiese comunicarme con Nora en ese momento. Mi ansiedad, unida ya a una clara sospecha de que las cosas no iban bien me obligaron a insistir. Al final, pude obtener una respuesta: rápida y escueta. Casi entre sollozos y culpas de quien se siente amenazada. Un hilo de voz al otro lado del auricular, de alguien que procuraba que sólo yo escuchara su mensaje:

«Le prometo que en cuanto pueda pasaré a verla por ahí». Después de nuevo silencio.
Fue entonces cuando creí que se trataba tan sólo de una llamada disuasoria y de que Nora jamás pasaría por la consulta. Me equivoqué. Como dije antes, no recuerdo bien la primera vez que vino a verme, pero nunca podré olvidar cuando la vi aparecer en respuesta a mi llamada. No puede reconocerla cuando cruzó la puerta, a pesar de que todo lo que relato apenas se había dilatado en el tiempo unos pocos meses. Su larga coleta negra había sido cercenada por una tijera manejada por unas manos viles y macabras, sus enormes ojos negros se enmarcaban en un antifaz de colores amoratados y amarillentos y los arañazos de su rostro suponían las caricias con las que había sido consagrada en los últimos días. No era ya la persona que vino a verme tiempo atrás. Era una mujer dañada y dolida, pero con ganas de contarme todo lo sucedido. Los golpes la habían hecho fuerte y segura de lo que pretendía llevar a cabo. Nos abrazamos durante largo rato, nos sentamos y comenzamos a hablar. Más que rememorarme lo acontecido, vomitó todo lo que le había podrido el estómago a lo largo del tiempo. Su historia es triste, pero apasionante, demasiado larga para seguir contándola en estas líneas, pero una historia que ya forma parte de su pasado. Nunca llegará a olvidarlo, le quedarán secuelas físicas y emocionales, pero lucha de forma felina por avanzar en un presente en el que aquel que le hizo tanto daño ya no tiene cabida. En una vida de la que, afortunadamente, él ya no forma parte.
Nora, no estás sola. Sabes que te queremos.

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