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diciembre 2009

«Quien se infecta de sida es porque quiere»

Javier, agachado, de espaldas, coloca una vela del lazo del sida que ayer se realizó en la plaza Mayor gijonesa.
Un enfermo desde 2004, de 33 años, relata su experiencia y denuncia la inconsciencia del colectivo gay asturiano

En Asturias el VIH se ceba en varones jóvenes y homosexuales. 82 de los 107 enfermos diagnosticados a lo largo de este año reúnen esas características y Javier es uno de ellos: tiene 33 años y se infectó a través de su ex pareja. Javier es, por petición expresa del protagonista de este testimonio, un nombre ficticio con el que se propone protegerse de los prejuicios y la intolerancia. Convive con la enfermedad desde 2004 y ha tenido que superar varios ingresos hospitalarios, intentos de suicidio y depresiones hasta llegar aquí, convertido en un combativo activista antisida. «Hay muchísima información, muchísima, pero el sida continúa extendiéndose. Hoy, quien se infecta de sida es porque quiere», sostiene, y esa frase queda como su personal lema del «Día internacional contra el sida».

Su declaración es discutible, pero los argumentos en los que la fundamenta no tanto. Para empezar, considera que información hay de sobra. Sin ir más lejos, él es voluntario del Comité Ciudadano Antisida de Asturias, en Gijón, y viaja en furgoneta por toda la región repartiendo folletos informativos y preservativos, hay campañas divulgativas, escolares... y la enfermedad continúa propagándose. «El Gobierno tenía que promover campañas más agresivas contra el sida, como las que se hacen en el norte de Europa o las de Tráfico», opina. En ese asunto la gente no atiende a razones, observa Javier. Habrá que ver si el miedo surte más efecto.

Aunque eso también está por ver, porque el propio Javier se asombra de la temeridad sexual del colectivo gay asturiano. «Aquí en Gijón, en los locales de ambiente, en el cuarto oscuro, nadie utiliza condón, y el riesgo no sólo es contraer el sida. Hace unos meses hubo un rebrote de sífilis importante», comenta.

Javier aprendió la lección en su propia carne. Era de los que pensaba: «A mí no me va a tocar». Utilizaba el preservativo en las relaciones esporádicas, pero no con sus parejas estables y fue así como contrajo el VIH. Cuando fue al médico, preocupado por unas heridas en la piel y por que no conseguía quitarse de encima una gripe, el virus ya tenía mucho terreno ganado. Tuvo que ser ingresado varias veces, en ocasiones por la propia enfermedad, en otras por los efectos secundarios de la medicación y por una depresión. Hace tiempo que no va por Cabueñes para quedarse. «Me encuentro supervital», asegura, y se lo debe en buena parte a su nueva medicación: ocho pastillas repartidas en dos tomas, en el desayuno y en la cena, como un enfermo crónico más. No, Javier no está de acuerdo en eso: «El sida no es una enfermedad crónica cualquiera, no es comparable a un asma bronquial. La gente sigue muriendo de sida».

Sobre sus expectativas vitales es rotundo y conciso: «Lo que quiero es disfrutar de la vida». Ya jubilado, ocupa la mayor parte de su tiempo en la lucha contra el VIH, desde el Comité Antisida. El resto, añade, se lo dedica a su nueva pareja, un hombre que le ha devuelto la ilusión tras muchos desengaños.

 

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