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La pulsión de vida o las dos despedidas (El regreso) - Jesus González desde Alemania

Escribo esto desde mi habitación de Oviedo. Han pasado dos meses y medio desde que pisé Oviedo por segunda vez en un año -recordemos que vine de visita en verano-. Sin embargo, esta vez fue una visita sin despedida, de las que me quedo. Sin embargo, no vine solo. Alba y yo hicimos el camino de regreso en el coche de Arthur, un chico francés que Alba conoció en Alemania y que quiso venir a Asturias una temporada a trabajar de voluntario en varias granjas. La semana de la vuelta fue increíble. Visitamos Saint Denis, en Paris, Drome, Marsella y Toulouse. Aquellos días fueron increíbles. Y estos dos últimos meses con Arthur aquí los entendí como una prórroga de mi aventura en Alemania, con ese espíritu salvaje que era el francés. Pero tocó despedirse de nuevo.

Dos meses atrás de esta última despedida, tuve una última cena con algunos compañeros de mi voluntariado. Con el resto me despedí a cuentagotas, ya que muchos fueron abandonando la organización al finalizar su voluntariado o su beca. Sin embargo, con ese núcleo duro que formaba mi círculo de confianza -me faltaban mis queridas Leonie y Helena-, tuve la oportunidad de compartir las últimas Hansa Pils, una mierda de calité. Y tan solo unos minutos después de irnos del piso de Camila, me despedí de Carlo -de él me acaba de llegar una notificación de whatsapp-, Soléne y Tauqeer en la estación de trenes de Dortmund. Creo que nunca os he hablado de ellos, y seguramente nunca lo vaya a hacer, no pretendo tirarmelas de responsable para con mis queridos lectores -Hola si me lees, espero que vaya todo bien-. Pero fueron el pilar social de mi vida en Alemania. Y en ese momento me estaba despidiendo de ellos para no volver a verlos en mucho tiempo, en tanto tiempo que mi mayor miedo es que, cuando nos encontremos de nuevo, hayamos cambiado lo suficiente como para que nuestra conversación no sea para más que para contar anécdotas, en vez de para crearlas. Y ese esfuerzo de mantener el contacto es una lucha que, por primera vez en mucho tiempo, estoy haciendo y de aquí viene el siguiente bloque de reflexiones tras mi voluntariado.

 

Tras volver, algo antes de la última despedida con Arthur y no mucho después de las penúltimas despedidas en la estación de Dortmund, conseguí una beca de la Universidad de Oviedo para trabajar en un despacho de abogados. De momento, al menos por seis meses, tengo el presente cubierto económica y laboralmente. Cuando salgo a la calle, la gente me entiende y la entiendo cuando hablo. Y cuando quiero ir a entrenar, puedo ir a hacer judo -si la pierna me lo permite, que es casi siempre-. Y cuando quiero ver a mis amigos, voy y los veo -si no estamos trabajando, que es casi siempre-. Pero quizá, efecto de esas curvas que Nanús me enseñó antes de irme a Alemania, sobre las consecuencias psicológicas del choque cultural y el regreso, me encuentro en un momento de relativa caída. Y no estoy pasando una depresión, ni poniéndome a llorar por las esquinas. Pero estoy más inestable, más sensible y, sobre todo, echo más de menos. Y eso es increíble. Echo de menos la ciudada mas fea de Alemania, Dortmund, la mierda de barrio en el que me tocó vivir, Nordstadt, la mierda de piso que me tocó gestionar. Y esa independencia que afirmaba una individualidad que ahora, aparentemente, se ve mas refugiada en el fuero interno. Y no se desvanece a favor de una supuesta colectividad. Se desvanece a favor de una mayor incidencia de las apariencias. No soy un extraño rodeado de extraños. Soy el hijo de la pescadera y el carnicero, el que trabaja ahí, en la esquina. Sí, lo conozco, ye del barrio. ¿Sigues con eso de la política? Vaya como vas vestido, ya te vale. Escondo mis tics con más facilidad, las opiniones se moderan más aún de puertas para afuera. Las obligaciones impuestas por la sociedad se canalizan a través de roles, de cánones de comportamiento. Y aquí no soy un extraño, soy ‘'aquel'' y tengo que trabajar para vivir, tengo que saludar porque conozco a gente y tengo que asumir ciertas responsabilidades que es muy sencillo apartar durante el voluntariado por sus facilidades.

Es sencillo esconderse detrás de las ventajas de la vida de un voluntariado para tratar de reivindicar la buena vida. Y es que tampoco fue del-todo-así. Recuerdo este último año a través de falsos recuerdos y una vivencia completamente idealizada. Llegué a asquear Dortmund -como tanta gente asqueaba Dortmund-, llegué a ver mi salud mental en peligro -como tanta gente sufría en Dortmund-. Mi militancia comunista se vió recortada por problemas comunicativos con la organización de jóvenes socialistas alemanes. Y sobre todo, llegué a hartarme de esa vida. De mi piso, de mi trabajo y, por desgracia, de mucha gente. Quería volver, y seguir con otro ciclo vital. Volver así, con mayuscula y en cursiva.

Sin embargo, este ciclo que terminó con la vuelta a España y las despedidas -las penúltimas y la última-, me ha hecho replantearme bastantes cosas en la vida. Sé con más certeza con quien quiero estar y tengo una visión más nítida de lo que es bueno y malo para mi. El final del voluntariado no quiero que se torne en el final de la mediana-juventud, de una mejor vida. Y no me niego desde la rabieta por las nuevas responsabilidades, si no que me niego desde la afirmación de mis aspiraciones vitales y desde la certeza ideológica de lo que quiero para los individuos en una sociedad mejor. Y aquí estamos, en ese combate entre las responsabilidades impuestas cuyo cumplimiento me permitirían afrontar vivir la vida y disfrutarla y las pulsiones de otra vida que aspira a superar los ciclos esclavizantes y fugaces de exige la reproducción del capital y la sociedad moderna, buscando vías para esquivarlos pero también para destruirlos. Y aquí escribo las últimas frases en este blog. Si váis de voluntariado, os va a gustar. Disfrutad.

   

Ah, y para quien le interese: Colonia (festival en Odonien), Dortmund (Tresor y Kraftstoff), Bochum (Schumacher), Berlín (Mensch Meier, Tresor). El resto descubridlo vosotros.  

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