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Aquí estoy de vuelta, después de mucho, mucho tiempo - Sara Sierra desde Rumanía

Hace ya más de dos meses que mi voluntariado terminó, justo antes de que el coronavirus invadiese nuestras vidas. Debería de haber escrito esto antes, pero en parte porque soy un poco vaga, y en parte porque esto suena muy a despedida, no me vi con las ganas de escribir.

Pero ha llegado el momento.

Para empezar, haré un resumen de los dos últimos meses, que fueron caóticos, estuvieron llenos de aventuras y viajes, y también de despedidas.

Después de las navidades los colegios en Rumanía todavía se estaban adaptando al nuevo horario y a sus nuevos profesores, así que casi no tuvimos colegios a los que visitar. Nuestro mes de enero se puede resumir en: trabajo de oficina.

Peeero, gracias a esta disminución de colegios a los que visitar, pudimos tomarnos una semana entera libre para VIAJAR.

Así, durante unos días, nos dedicamos a planear todos los sitios de Rumanía que queríamos visitar y a comprar muchos billetes de tren. Acabamos haciendo un pequeño recorrido por Transilvania y visitamos Brasov, Sibiu, Sighisoara, Sinaia y Bran. En esa semana estuvimos más de 20 horas metidos en trenes, viendo campos y bosques nevados, lagos congelados, durmiendo y riéndonos. Visitamos castillos, calles empedradas y tiendas enanas y preciosas. Y nos conocimos mucho más, para bien, y para mal.

  

   

Después de volver del viaje y ya con fecha fija de regreso a casa, nos quedaba poco más de un mes en Constanta, así que aprovechamos cada día para descubrir rincones nuevos de Constanta, visitar museos y pasar por delante del casino todas las veces que pudiésemos.

 

Y así, entre mañanas en colegios, tardes de tés y tartas y noches de cine, llegó el 26 de febrero, día en el que la primera de mis compañeras se fue. Desde ese día la casa ya se notaba vacía, estábamos allí pero no estábamos.

Y nos fuimos yendo así, poco a poco, casi como si no pasase nada, como si aquellas cuatro paredes del piso no hubiesen convivido con nosotros esos cinco meses, no nos hubiesen oído reírnos, y discutir, y llorar; como si nada hubiese pasado allí dentro.

Sin duda, lo mejor que me llevo de esos cinco meses han sido las seis personas con las que lo compartí todo, con las que descubrí un país nuevo, con las que aprendí unas palabras de rumano y las desaprendí tan rápido como llegaron, con las que pasé horas y horas hablando, con las que compartí música, y libros y cine, y con las que para siempre compartiré esos cinco meses de mi vida.

 

Y así acaba mi andanza por tierras rumanas, y con ello mi aportación a este blog. Gracias por dejarme compartirlo con vosotros. 

¡Hasta siempre!

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