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Abajo el telón... - Olaya Bayón Rodriguez - SVE en Finlandia

"Me llamo Olaya y tengo 23 años, soy maestra de educación infantil y venir a Finlandia era un sueño que tenía desde mis primeros años en la universidad..."

De esta forma empezaba este blog y esta aventura. Tecleando y borrando una y otra vez y sin saber muy bien dónde estaba, que hacía o lo que me depararía este año.

Doce meses más tarde sigo igual, sentada en la misma silla y de nuevo escribiendo y borrando cada palabra que tecleo. Doce meses llenos de cambios, de mil experiencias, de retos, de pensar y pensar, de ilusionarme, de caerme, de buenas y malas noticias, de necesidad de empujones y de no tirar la toalla.

Doce meses llenos de lecciones, de alegría, de cambios de puntos de vista, de aprender, de crecer, de superarme y de creer en mi, que creo que desde hacía un tiempo me tenía un poco olvidada.

Un año lleno de mil historias que no sabría como contar, pero que cada una de ellas tiene algo que hace que sea diferente a la otra.

En septiembre empezaba esta aventura con la idea de superarme a mi misma, de hacer todo aquello que me daba miedo y de ponerme a prueba.

A tan solo una semana de poner punto y final a este año, puedo decir que mis expectativas de aquel tiempo las he superado con creces, que la promesa del "sí a todo" la he llevado hasta el límite más extremo y que me he atrevido a hacer cosas que nunca se me habían pasado por la cabeza.

Y así, con todo ello, llevé a cabo mi último viaje. El viaje más increíble que me hubiese podido imaginar. Lo que empezaba como un proyecto de conocer la Laponia de Suecia y Finlandia terminaría convirtiéndose en el mejor punto y final para este año.

Siete días de hitchhiking, auto-stop o lo que es lo mismo, viajar a dedo. Siete días de mochilera, de mil y pico kilómetros, de coger coches y coches, de acampar en bosques y lagos y de explorar mil rincones increíbles.

¿Cómo? Gracias a olvidarme del sentido común, a un compañero que tampoco lo tiene y a una caravana que se para en una carretera secundaria y nos ofrece la posibilidad de llevarnos a Nordkapp, al cabo del norte en Noruega, al punto más alto de Europa.

 

Es verdad que la idea de hacer auto-stop era algo que llevaba pensando desde hace ya algún tiempo, pero ni yo me sentía decidida ni todos los países son seguros para hacerlo. Así que una vez más el "ahora" volvió a ganar al "nunca"... Ya no había nada más que pensar, ¡Noruega nos esperaba!

El trayecto no fue directo, pasamos por Kokkola, Oulu, atravesamos el círculo polar ártico, cruzamos a la laponia sueca y por fin nos plantamos en Muonio. Llegamos a Hetta, estuvimos en Inari, Ivalo, Saariselkä y hasta tuvimos la oportunidad de una segunda charla con Papá Noel en Rovaniemi. Sí, Papá Noel no tiene período de vacaciones y puedo decir que ya está más que preparado para las siguientes navidades.

Conocimos a gente de mil países con diferentes razones para recogernos en la carretera y más que dispuestos a compartir con nosotros esta aventura. Personas que no solo nos abrieron las puertas de sus coches si no que nos abrieron las puertas de sus casas. Nos ofrecieron su ayuda y en algún que otro caso hasta su sauna.

No os podéis imaginar lo que es estar en una sauna de 1950, construida por la propia familia. Una sauna de madera, nada de electricidad y colocada al lado de un río en un pueblo perdido al norte de Laponia. ¿De película verdad?

Noches en tiendas de campaña y en cabañas perdidas en el medio del bosque donde tener un ojo abierto era obligatorio por la osadía e impertinencia de los renos. 

Noches de 4° y sin ropa suficiente y mosquitos que no pican, devoran. Pero que todos estos handicaps pierden importancia cuando piensas en el viaje en el que estás inmersa. ¿Qué más podría decir? que me sentía una auténtica aventurera de Pekín Express luchando junto al mejor compañero por conseguir los amuletos y superar etapas.

Estar en el Cabo del Norte fue algo que no podría explicar, ver el atardecer sabiendo que estás en el norte del norte y con un paisaje que sin ninguna duda quedará grabado en mi memoria para toda la vida.

Porque la vida son etapas y queramos o no todo tiene un principio y un fin. Llegó el momento de cerrar ésta para espero empezar otra aún mejor.

Tras doce meses, ocho países y mil viajes de ida y vuelta no puedo evitar mirar hacia atrás y recordar mil y un momentos que he vivido durante este año, la cantidad de gente que he conocido y de la que tanto he aprendido. Compañeros de trabajo, voluntarios y vecinos que se han convertido en mi segunda familia. Y sobre todo amigos, gente increíble que desde ahora forman parte de mi vida.

No puedo bajar el telón de este blog sin hablar de mis niños, sin ninguna duda la parte más importante de este año y de este proyecto.

Los que me reciben cada mañana con besos y abrazos y de los que tanto he aprendido durante estos meses.

El motor de mi proyecto, los que dan sentido a que haya estado un año en este país y los que consiguen que con tan solo verlos reír me olvide que estoy a miles de kilómetros de casa.

Creo en el destino, la suerte y las oportunidades. Creo en el estar en el momento oportuno en el lugar adecuado y que con esfuerzo, ilusión, constancia y sacrificio se pueden conseguir cosas impresionantes. Y que el tiempo, el lugar o la distancia no son nunca un problema si realmente quieres algo.

Si pudiese retroceder en el tiempo y encontrarme conmigo misma hace diez años me diría que crea más en mi, que no le tenga miedo a nada, que haga lo que me hace feliz, que viaje más, cada vez que pueda y cada vez que tenga tiempo.

Que siga mis sueños, que tenga planes, que luche por mis proyectos y mis ilusiones, que me atreva a todo y que me equivoque una y otra vez si quiero, porque lo que me espera en los próximo años es tan solo ser feliz.

Millones de gracias por estar ahí. Hasta siempre,

OLAYA.

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