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Y con todos ustedes... el principio del fin. - Tania Montes

17-3-2014

Sí señores, después de tanto llorar porque el final estaba cerca, ahora ya hasta puedo oler la higuera que crece detrás de mi casa en la Tierrina. Y es que, a menos de un mes para que el temido momento de hacer la maleta sea inminente estoy decidida a exprimir cada minuto para no poder arrepentirme.

Así que, la semana pasada me fui a Rusia. Compré un ticket de autobús que me costó 3 euros (sí señores, están que lo regalan) y visa en mano me puse rumbo a San Petersburgo (con más pena que gloria, lo tengo que decir). No solo era mi primer viaje sola, si no que además estaba muy, pero que muy sugestionada sobre los rusos. Como ya creo haber contado alguna vez, los letones todavía guardan rencor al gigante soviético que hasta no hace muchos años les tuvo sometidos. Además de todo, muchos de los „rusos" nacidos en Letonia ni siquiera se molestan en aprender la lengua y reniegan de las costumbres y tradiciones de los bálticos, y eso quieras o no, no te deja indiferente.

Empecé la aventura temiendo encontrarme con criminales, carteristas, bebedores de vodka, extorsionadores y demás (vale que igual soy un poco exagerada) y mis expectativas respecto a las ciudades a visitar (St. Petersburgo y Moscú) consistían en mercadillos soviéticos y cúpulas doradas por doquier.

El caso es que cuando llegué a San Petersburgo creí que alguien me había gastado una broma y me habían llevado en dirección contraria, hacia el centro de Europa. Y es que la antigua capital de los zares es una ciudad cosmopolita y europea, con gente encantadora y agradable, que me hizo deshacerme de la tontería de los prejuicios en un pis pás.

 

De todas formas, los edificios son preciosos, con muchísimos detalles que, como en Riga, hacen que mires más hacia arriba que al suelo que pisas. Como me dijo mi madre, San Petersburgo es una ciudad hecha al capricho de un Zar, y tiene razón. Una de las atracciones principales es el Museo Hermitage, ubicado en el que era el Palacio de Invierno de los Zares y que cuenta con más de 3 millones de obras de arte de todo el mundo. Pero no os voy a hacer de guía turística, que ahora está todo en internet. Lo que tengo que contar es lo que sentí al estar allí dentro, paseando por unas habitaciones lujosísimas. Decir que tenían detalles dorados es quedarse corto. En todas se veía una opulencia exagerada (y había más de 100). Sentí que lo entendía todo, que comprendía que terminases con un sistema monárquico que permitía que el pueblo muriese de hambre mientras ellos vivían... así.

Otra cosa que me pareció muy graciosa fue la sala dedicada a Picasso, que figuraba bajo el nombre de „Artistas franceses".

San Petersburgo era precioso, pero aún así, Lituania me pareció mucho más Rusia, tal y como yo imaginaba, cuando fui (quizá Manu se anime a contarnos algo al respecto), así que tenía la esperanza de que Moscú me dejase sin habla. Y así fue. Los edificios son impresionantes. Grandes, con las cúpulas doradas en las que pensaba antes de ir. La gente no hablaba inglés, pero aún así siempre intentaban ayudar en lo que podían. Un viaje de 10.

Y nada más, siento haberme pasado un poco con el rollo, pero bueno, promieto ser un poco más entretenida la próxima vez.

Creo que ahí estáis teniendo un tiempazo, pero aquí no nos quedamos atrás, ¡10 grados, sol y cielo despejado en Marzo! ¿Quién lo iba a decir si cuando llegué en Abril todavía nevaba? Forši!

 

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