«Queremos proporcionar un espacio para pintar y acercar el grafiti a la gente joven», proclama Carlos Fernández, presidente del Conseyu de la Mocedá de Xixón, que, junto a la asociación de arte callejero «Asociarte», es el motor de esta iniciativa. Dentro del programa «Poesía visual», además de engalanar muros cedidos por el Ayuntamiento, se impartirán talleres a interesados en el grafiti los cuatro viernes de septiembre. «Les enseñamos una parte de esta cultura, que no es únicamente vandálica», asegura Gil, que, sin embargo, es contrario a una total legalización de este arte callejero. «Tuve alguna temporada en que pintaba trenes y llegué a tener algún encontronazo con la Policía. Es una parte reivindicativa del grafiti que no quiero que desaparezca», explica.
Raúl Gil trabaja de camarero para poder costearse su «hobby», aunque sueña con poder ganarse la vida con los grafitis. «Curro los fines de semana para poder pintar entre semana», asegura Gil. Su amigo Isaac Olivar, presidente de Asociarte», puede, sin embargo, vivir de las pinturas. «Sobrevivo con el arte, creando cuadros, grafitis y tatuajes por encargo», proclama Olivar, que forma parte de las misma «crew» (banda de amantes de la cultura hip-hop) que Raúl Gil. «Nuestro grupo se llama L.G.D.C. -La Güela Dice Crew- y somos unos veinte. Hay de todo: grafiteros, raperos y gente que hace break dance», explica Olivar, cuya firma es «Sak». En Gijón hay tres o cuatro «crews» importantes, pero no hay disputas entre ellas. «Aquí se respetan bastante los grafitis de los demás y se cumplen las leyes que tenemos: si hay una firma puesta en un pared, se puede pintar encima una plata, que es algo más compleja. Después va una pieza y, por último, sólo prevalece una "produ", que es un mural entero», explica Sak.
Precisamente una «produ» (producción) es lo que Gil y Olivar, junto con otros ocho grafiteros, realizaron en el túnel que hay en la avenida de Juan Carlos I, debajo de la avenida del Príncipe de Asturias, como primera exposición del programa «Poesía visual». «La gente se quedaba flipando cuando nos veía pintándolo. Pensábamos que iba a haber algún accidente, porque los conductores giraban la cabeza para mirarnos», asegura Olivar. Ciertamente, a los viandantes no les pasan desapercibidos los grafitis del túnel. «Así, bien organizadas, las pintadas quedan bien hechas. Lo malo es que ahora vendrá algún gamberro a pintarrajear encima», apunta José María del Castillo, un paseante de la zona, por la que pasa un carril bici. «Hecho de esta manera el grafiti es arte y me gusta, pero ésos que te dejan una firma en tu puerta no hacen tanta gracia», señala Tino González, un cicloturista que pasea con su hijo.
El hip-hop constituye toda una cultura, que incluye grafitis, música rap y break dance. También tiene una forma de vestir propia. «Siempre llevo pantalón y camisetas anchas, y playeros», afirma Niño. La estética de Sak es similar, pero siempre con gorra encima de su cabeza rapada, que contrasta con la coleta que luce su colega. Ambos tienen historias para dar y tomar. «Una vez estábamos pintando la Renfe cuando vino la Policía. Nos fuimos entonces a pintar los trenes y tuvimos que volver a huir», cuenta Isaac Olivar, que asegura que nunca le han multado, «porque siempre se me dio bien correr».
Como todo artista, el grafitero necesita inspiración. «A veces surge de algo que estás hablando con los colegas. Otras te levantas con una idea en la cabeza y corres a por un papel para pintarla», explica Olivar. Ahora tanto él como su amigo Niño se convierten en maestros en los talleres de «Poesía visual», un programa que les permite pintar tranquilamente sin el temor de que los interrumpa el sonido de una sirena.