Cuenta mi amigo Rafael González Crespo en "El lado cálido de la guerra fría" la anécdota de dos nuevos ricos que llevan la misma llamativa corbata. Uno le pregunta al otro por lo que le cobraron y dice que 50.000 rublos; el otro se sorprende y le dice que lo engañaron, la mía costó 100.000. Y es similar el tratamiento que hacen los medios por estas fechas del coste de la vuelta al cole, que no a la escuela: que si los libros, el uniforme, los desplazamientos, las actividades... Un dineral. Comprendo que cada cual defienda su negocio, pero también pienso que se engañan pagando un sobreprecio lo que en la escuela pública es gratuito y no de inferior calidad docente y ética. O con un coste que podría incluir el uniforme como he visto en una pequeña aldea y modesta escuela mexicana para deshacer desigualdades sociales, de gusto o de prestigio. De marca, vamos. Y los libros podrían costar menos si se adoptase un sencillo programa regulado por los propios usuarios: se aportan los libros en buen uso a comienzo de curso y, al final, según su estado esa junta los valora y abona el importe por la diferencia entre el usado y el nuevo. Tanta protección en el coche, y nadie propone algo serio para liberar la espalda del peso del papel, que no del conocimiento o de la ciencia. Fascículos, doble ejemplar, cualquier solución intermedia antes de ver a estos jóvenes Sísifos carretando entre la casa y la escuela con lo que es bueno para el negocio editorial pero malo para la salud del escolar. Y tres, en una escuela de barrio parece un lujo de simples llevar a los niños y a las niñas en coche y ¡todos para las nueve! Si no existieran en otros países se pueden inventar aquí: ante todo, civismo en los conductores en la proximidad de los centros, itinerarios escolares protegidos y vigilados, acompañantes familiares o voluntaros rotatorios.