La mayor parte de lo que conocemos es gracias a los medios de comunicación
Uno de los principales riesgos al exponerse ante los medios de comunicación relajando la capacidad crítica es obtener información distorsionada que repara, simplemente, en lo más llamativo de los hechos. No hay nada de malo en ello siempre que no se pierda de vista que los medios trabajan precisamente sobre ese tipo de acontecimientos. En realidad, ésa es la definición de los criterios de noticiabilidad. Dicho de otra forma, ¿qué es noticia? Lo extraordinario, lo inesperado, lo que sorprende, lo que se sale de la norma. Esta afirmación no tendría demasiada relevancia si no fuera porque la mayor parte de lo que conocemos es gracias a los medios de comunicación. Por tanto, a través de empresas (conviene no olvidarlo) que se centran, la mayor parte de las veces, en lo llamativo.

Evaluar desde este prisma cómo es la juventud española resulta, cuando menos, una temeridad. Cualquier análisis que parta de las descripción que hace un medio de comunicación sobre cómo están los jóvenes está condenado al fracaso más estrepitoso. Pensemos, por un instante, de qué manera hablan las cadenas de televisión sobre el uso del tiempo libre por parte de los jóvenes. ¿Qué imágenes se utilizan para la elaboración de esas noticias? Efectivamente: botellones y discotecas. Se trata de imágenes con movimiento, muy visuales, (entiéndase: una rueda de prensa, por ejemplo, es aburridísima para un cámara; aporta poco), que ayudan al televidente a entender que estamos hablando de jóvenes. La pregunta es: ¿de qué manera? Pues haciendo hincapié en estereotipos, en prejuicios. Porque hay muchos jóvenes (quizá sus propios hijos) que vayan al cine, que practiquen deporte, que salgan de viaje, que chateen en Internet o, simplemente, que no hagan nada. Pero ilustrar eso en televisión, sin inducir a error, no es sencillo.

Hace unas semanas, La Sexta estrenó un nuevo reality, Generación Ni-Ni, jóvenes que ni estudian ni trabajan. El programa ha vuelto a abrir el debate sobre la juventud en España. Y en la afirmación anterior está la clave del problema. No es una reflexión sobre la juventud sino sobre una parte de la juventud. Aunque, claro, los matices hacen que el tema pierda fuerza. Según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), tan sólo un 6% de la población menor de 34 años (poco más de 700.000) ni estudiaba ni trabajaba. Por tanto, lo excepcional, lo que está fuera de lo normal: lo periodístico. Teniendo en cuenta la situación por la que atraviesa nuestro país, las dificultades para emanciparse, y los sueldos miserables -por citar solamente algunas circunstancias-, quizás el dato resulte revelante para los sociólogos pero insuficiente para abrir un debate que cuestione la juventud en nuestro país. Y, en todo caso, quizás habría que preguntarse por qué ocurre eso antes que responsabilizar a los jóvenes de una situación que, probablemente, no hayan provocado ellos sino que la están sufriendo.

Hablar de los jóvenes asociándolos a la apatía, la falta de constancia, de compromiso, al pasotismo, es un lugar común. El año pasado, 1.400.000 jóvenes accedieron a la Universidad: el doble de los ni-nis detectados por la EPA. Y sin tener en cuenta que se trata de estudiantes de 18 ó 19 años, y el 6% de los que no estudian ni trabajan se encuentran son jóvenes cuyas edades oscilan entre los 16 y los 34. En los últimos 15 años, siete nuevas universidades abrieron sus aulas en la Comunidad de Madrid. De ellas, cinco son privadas. Y ninguna de ellas está dirigida por una ONG.

LOS JÓVENES son conscientes de lo importante que es tener una formación adecuada y altamente competitiva. Quienes llegan hoy a la Universidad son conscientes de que tendrán que hacer frente a un mercado laboral nada sencillo. Muchos de ellos son ya nativos digitales y están siendo observados, analizados y criticados (en algunos casos) por inmigrantes digitales que aún no han entendido algo que los jóvenes tienen interiorizado. Tienen una forma distinta de aprender, de sensibilizarse con las cosas que pasan. Muchos de ellos estudian y trabajan al mismo tiempo. Quizá su forma de comprometerse no sea saliendo a la calle con una pancarta sino uniéndose a un grupo de facebook contra el maltrato a las mujeres. Puede que su lucha no sea la liberación del pueblo palestino sino el software libre o contra el canon digital. Si la dramática situación del Sáhara no está entre sus prioridades es, probablemente, porque muchos no sepan siquiera dónde está. Pero en ese caso, habrá que cuestionar el lamentable modelo educativo, localista, y en cuyo diseño priman más los intereses políticos y competenciales que la formación de excelencia.

Según el Informe de la Juventud en España del año 2008, «el sector joven es optimista en cuanto a lo que puede aportar a la política, y pesimista en cuanto a lo que se puede esperar de la política y de los políticos». Luego, ni las cosas son las que cuentan ni, desde luego, cómo se cuentan.