La crisis agudiza la represión en Cuba

Asedio a la casa de la presidenta de las Damas de Blanco.
La muerte del opositor Orlando Zapata, tras 85 días en huelga de hambre, culmina una escalada de agresiones y arrestos contra los disidentes, mientras la miseria se extiende entre la población

Cuba es un país sin esperanza. El aliento de apertura tras la llegada de Raúl Castro a la Jefatura del Estado, si alguna vez existió, se ha desvanecido. Sólo quedan división, miseria y cada vez mayor violencia contra los disidentes. Es la herencia de Fidel.

Gijón, José María Ruilópez

Con la muerte del disidente y preso político Orlando Zapata, el pasado martes, después de 85 días en huelga de hambre, se agudiza la convivencia cívica en Cuba. Zapata fue uno de los 75 detenidos en la llamada «primavera negra» de 2003. Y su fallecimiento sitúa la isla en el primer plano de la actualidad.

Las aspiraciones de apertura política del pueblo cubano tras la asunción de la Presidencia de Raúl Castro, en 2006, por la enfermedad de su hermano Fidel se fueron diluyendo poco a poco. El pasado 9 de diciembre, víspera de la celebración del «Día de los Derechos Humanos», las Damas de Blanco, familiares de los presos políticos encarcelados, desfilaron pacíficamente ante la escalinata de la Universidad de La Habana y descendieron por la calle Neptuno hasta la casa de Laura Pollán, presidenta de esta asociación de mujeres.

En todo el recorrido fueron abucheadas, empujadas e increpadas por miembros de la Seguridad del Estado, y ante la puerta fueron acosadas durante dos horas con gritos de «pin pon fuera, abajo la gusanera». Estos hechos serían el preámbulo de lo que iba a suceder el 10 de diciembre en el parque Villalón de La Habana, lugar habitual de reunión para los defensores de los Derechos Humanos. El Gobierno programó una concentración de estudiantes, que son la masa de población manejable de un lugar a otro, según convenga.

Lo mismo que hizo ante el monumento a Mariana Grajales, madre de los Maceo, bajo el lema significativo de «estudio, trabajo, fusil». Baile de disfraces, degustación de helados y bebidas. Hasta que a media mañana, en una esquina de la plaza, empezó la detención de disidentes. Cogieron del brazo a una chica rubia diciendo: «¡Vamos mi hemmana!». Y la introdujeron en un vehículo que salió derrapando por dirección prohibida. Una veintena de personas que estaba allí pacíficamente, todas de la Seguridad del Estado, se llevó a un joven, blanco, que se desmayó o de los golpes o del miedo, y lo trasladaron en volandas a una ambulancia que salió con él hacia el hospital.

Ese día la Seguridad del Estado se hartó de llevar disidentes en coches camuflados donde algunos eran agredidos impunemente. Acciones de este tipo ya habían sido llevadas a cabo contra la bloguera Yoani Sánchez y su marido, el periodista Reinaldo Escobar, el pasado noviembre, cuando fueron secuestrados en un coche en la avenida de los Presidentes, golpeados y abandonados en la calle.

El embajador de España en Cuba, Manuel Cacho Quesada, confirmó en su despacho la detención de 83 personas, todas identificadas ya. Él lo llama «violencia de baja intensidad», con un gesto de duda y disculpa por el calificativo, que entra dentro del lenguaje diplomático. Es el mismo dato que había adelantando Elizardo Sánchez, presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

En una charla informal con Oswaldo Payá, inspirador del proyecto Varela y líder del Movimiento Cristiano de Liberación de Cuba, en su casa de Cerro, por los datos que él tiene, apuntó hacia un aumento de la represión, advirtió de la compleja situación sanitaria en las cárceles y relató el acoso de que fue objeto en repetidas ocasiones, especialmente cuando se hizo pública la enfermedad de Fidel Castro: tuvo la casa rodeada por las fuerzas de Seguridad y simpatizantes del Partido Comunista en actitud hostil.

El enfrentamiento verbal y violento entre cubanos ya no es por la ideología, que se ha quedado anclada en la inoperancia, sino por el privilegio ínfimo de ser miembro del partido o simpatizante del mismo. Esas migajas que produce la participación activa en las refriegas contra aquellos que desean alguna modificación del sistema de gobierno es la única causa de enfrentamiento.

Hay miedo. En los agresores, porque temen que los cambios los arrinconen, y en los disidentes, porque la violencia se está incrementando según avanza la crisis económica y los primeros están más necesitados. Se desploman las esperanzas de un cambio con Raúl Castro: «Es un militar. Siempre fue el jefe de las Fuerzas Armadas», se dice en la isla.

 

 

En Cuba hay dos monedas y ahora también dos economías: la oficial y la clandestina. En esta última ya se fabrican, con su maraña de proveedores, gaseosa, helados, ron casero con queroseno, llamado «chispaetren», leche condensada, café cubita, refrescos de limón, cedés piratas, adoquines, cerveza nacional en botella y muchas otras cosas. En el nuevo plan de ahorro han quitado de la Canasta básica mensual (libreta de racionamiento) el pollo al niño y el picadillo de res.

En la reunión de la Asamblea General del 20 de diciembre el Gobierno instó, una vez más, al pueblo a apretarse el cinturón. El informe del ministro de Economía fue de extremo pesimismo. Los datos son escalofriantes. La deuda del país con los empresarios españoles, entre los que hay asturianos, asciende a 500 millones de euros. Aumentan problemas de alimentación: hay niños de 10 años a los que se les caen los dientes por falta de calcio.

El mito de la sanidad: los hospitales presentan condiciones casi infrahumanas e insalubres. El fracaso de la enseñanza: los jóvenes empiezan a rehuir la Universidad porque un trabajo clandestino les ofrece mejor sueldo que una carrera superior.

Un alto cargo (omito su nombre por seguridad) del Instituto Cubano de Radio y Televisión narra las dificultades para sobrevivir con un salario que no llega a los 500 pesos, unos 19 euros al mes. En este centro se pasan horas reunidos buscando culpables de los errores, y no llegan a ninguna conclusión, porque nadie quiere poner una firma en una burocracia anquilosada. Confiesa que los cambios, a lo más que han llegado, es la autorización de Raúl Castro para hablar de las necesidades de la gente en los medios que allí se controlan, que son todos.

Si se le habla de la ayuda del Ayuntamiento de Gijón al Centro de Educación Sexual de Cuba para orientación a lesbianas y transexuales, que dirige Mariela, la hija de Raúl Castro, por un importe de 20.000 euros, se lleva las manos a la cabeza. «No lo sabía», dice, aunque sospecha cómo viven las tres docenas de dirigentes de la cúpula gubernamental.

El albañil de 42 años Orlando Zapata ya descansa en paz en Banes. Antes fue víctima de la represión, ahora puede ser motivo de culto.