FRANCISCO GARCÍA PÉREZ Aquí viene un servidor a echar una mano a tanto tertuliano dubitativo con tres propuestas sobre cómo llamar a la generación que estudia en la actualidad Secundaria, es decir, a esos chavales que ahora mismo cuentan entre 12 y 18 años. Helas aquí: «Generación Yonofui», «Generación Hostiameca» y, mi preferida, «Generación Yequeyó», que en castellano sería «Generación Esqueyó». Paso a explicarlas, y de tales denominaciones excluyo por completo a muchos estupendos adolescentes para quienes esfuerzo, trabajo y perseverancia aún son palabras con sentido.
Acaso recuerden ustedes aquella disculpa del Don Mendo de Muñoz Seca: «Serena, escúchame, Magdalena, porque no fui yo... ¡no fui! Fue el maldito cariñena, que se apoderó de mí». Pues así responde gran parte de esta generación de chavales ante el más mínimo reproche de un profesor. Niegan, nunca son culpables ni responsables de nada que perpetren, así los encuentres in fraganti dando patadas a la puerta de un aula, así los halles en directo cabalgando a un compañero por los pasillos, así los pilles a media baba escupiendo por el hueco de la escalera. «Jo, profe, yo no fui» es la respuesta ya genética, el sentimiento de impunidad alentado por tantos padres dimitidos de sus funciones. Siempre, siempre fue otro compañero quien los indujo, una compañera la que los engañó, el delegado que los empujó. Por lo tanto: «Generación Yonofui».
«¿Has traído el trabajo de hoy?», pregunta la profesora. «¡Hostia, meca!», exclama el educando. ¿El bolígrafo y los folios? ¡Hostia, meca! ¿Los deberes hechos? ¡Hostia, meca! ¿La mochila con los libros? ¡Hostia, meca! He aquí la otra respuesta, espejo de la frecuente dejación que tanto ven muchos en casa. Porque después del «¡Hostia, meca!» ni hay pesar ni asomo de arrepentimiento. Todo es «Hostia, meca, se me olvidó, qué pasa, profe, tampoco es para tanto, un olvido -y añado yo que un centenar- lo tiene cualquiera». Así pues, «Generación Hostiameca».
Sin embargo, me inclino por el «Ye que yo» que sueltan alegres y confiados si amenaza tormenta profesoral. Vienen programados para no afrontar la realidad, evitándola mediante un relato sobre ella. Por ejemplo: «Llevas dos semanas llegando tarde a clase, ¿qué ocurre?», indaga la maestra. «Ye que yo dormime, profe, y mi madre no me llamó». Y ya no hay nada que rascar, porque el chico da una explicación con la que cree haber cumplido, construye una historia que le sirve para sentirse exento de responsabilidad, tal y como aprende de lo que hacen en su país tantísimos culpables de estafas, escándalos, catástrofes y desmanes varios. Afinan mucho, ojo, son listos como el hambre: «Profe, ye que yo provengo de una familia desestructurada y díjome el psicólogo que tengo déficit de atención porque soy hipersensible y con baja autoestima», se excusan cuando los reprendes por roncar en clase, burlarse de un compañero, eructar con donaire expansivo, hablar sin atisbo de callarse nunca o tirarse un pedo. En definitiva, «Generación Yequeyó». Aunque, claro, pueden formularse las tres juntas: «¡Hostia, meca, yo no fui, profe! Ye que yo...». Lo que ellos y ellas ven en sus dos pilares hogareños: la tele y los papás.