Los jóvenes no quieren trabajar

A la hora de contratar a cualquier profesional deberíamos dejar bien claro que lo que valoramos es su talento, su esfuerzo, su capacidad, su trabajo, sus resultados y, en definitiva, su eficiencia
Mentira. Eso de que los jóvenes de ahora no quieren trabajar es, sencillamente, mentira. No entiendo esa manía tan nuestra de reforzar los argumentos propios a base de criticar los comportamientos ajenos. Y menos la de hacer comparaciones absurdas. Es como aquello de: «Ya no me quieres como antes». ¿Como antes de qué? En fin, que me despisto, a lo que iba: que una cosa es defender los valores del esfuerzo y la responsabilidad y otra, muy distinta, ponerse a criticar a las nuevas generaciones porque no terminan de asumirlos. Es contraproducente, poco diplomático y, además, no me lo creo. No me creo que los jóvenes de ahora sean menos trabajadores que los jóvenes de antes. No me creo que estén menos comprometidos o sean menos solidarios que lo éramos nosotros. Y no me creo que las cosas sean ahora mucho más fáciles de cómo eran en otros tiempos. De hecho, yo diría que es al contrario.
Hay un dato objetivo: nunca, como hasta ahora, los jóvenes se habían preparado académicamente tanto y habían superado tantos exámenes, controles de idiomas, pruebas de ingreso, módulos, grados y postgrados. Nunca. Y a los que digan que ahora todos los exámenes son fáciles y que el coladero de la selectividad no tiene nada que ver con el rigor de la reválida del pasado, que piensen, por ejemplo, cómo eran las pruebas del carné de conducir de hace veinte, treinta o cuarenta años, y cómo son ahora. O cómo son los 'numerus clausus'. O el carné de manipulación de alimentos. O qué sé yo, hay ejemplos para todos los gustos, pero los datos, al final, son objetivos: los jóvenes de ahora están más preparados que nunca. Y, eso, usted y yo lo sabemos. Y otra cosa es que, luego, esos jóvenes tan preparados desde el punto de vista teórico, no consigan un buen trabajo. O tengan algunas ideas muy equivocadas al respecto. O pretendan eludir el esfuerzo y buscar la salida fácil. Eso ya es otra historia y probablemente es ahí, en lo del esfuerzo y la recompensa, donde deberíamos incidir mejor.
Porque, a ver: ¿Qué les estamos transmitiendo a los jóvenes sobre los valores del esfuerzo y la responsabilidad? Pues, de momento, cosas muy contradictorias. Por una parte, les decimos que eso de la preparación es muy importante, que es imprescindible para triunfar. Pero, por otra parte, les estamos bombardeando continuamente con ejemplos de personas que obtienen el éxito fácil a base de enchufes, recomendaciones, suerte, caradura o privilegios. Y, así, les estamos dando a entender que, teorías aparte, la gente solo se enriquece por estar bien conectada con el poder político; que los contratos millonarios los obtienen siempre los mismos apellidos, y que para prosperar en los negocios hay que ser un tiburón sin principios que explota a los trabajadores y consigue acuerdos con sus clientes mediante sobornos bajo cuerda. Y eso no es verdad. Y, sobre todo, no es verdad siempre y en todo lugar. Y ahí es donde los políticos y los periodistas deberían reflexionar y centrar un poco más los temas. Porque todos entendemos que la normalidad no vende y es aburrida; que la noticia no es que un perro muerda a un señor, sino que un señor muerda a un perro, y que no hay nada más tentador que airear los trapos sucios del contrario. Eso lo entendemos todos. Pero de ahí a dar la sensación de que estamos viviendo en un charco oceánico de corrupción, en el que todos los políticos son unos incompetentes, todos los empresarios son unos corruptos y todos los jóvenes son unos vagos, hay un sutil abismo.
Y ya, centrándonos en lo de los empresarios, hay una cosa que deberían, que deberíamos, hacer mejor los empleadores. A la hora de contratar a cualquier profesional deberíamos dejar bien claro que lo que valoramos es su talento, su esfuerzo, su capacidad, su trabajo, sus resultados y, en definitiva, su eficiencia. Eso es lo que se deberíamos valorar, de verdad, en cualquier trabajador. Y, por el contrario, deberíamos ir desterrando definitivamente criterios como la antigüedad, la igualdad, la compensación, la cuestión sindical, la pertenencia o no al comité, el modelo de contrato, el coste de las cotizaciones, el coste del despido, el apellido, los enchufes... Todo eso deberíamos desterrarlo definitivamente; en los contratos iniciales y también en los ascensos posteriores; si no queremos seguir emitiendo mensajes contradictorios que refuercen la sensación de que, en efecto, el esfuerzo y la responsabilidad no merecen la pena. Porque la verdad es que la merecen. Y mucho. Y por eso mismo creo que el problema no es que los jóvenes de ahora no quieran trabajar. No. El problema, el verdadero problema, es que los jóvenes de ahora, igual que los de antes, lo único que quieren es un trato justo. Y eso no siempre depende de ellos.
A veces, depende de nosotros.