Arantza Margolles Beran

ARANTZA MARGOLLES BERAN SECRETARIA GENERAL DE JUVENTUDES SOCIALISTAS DE GIJÓN

H ACE hoy 78 años, el Congreso votó mayoritariamente a favor del sufragio femenino universal, demostrándose en el proceso una madurez política sin precedentes y, cuanto menos, sorprendente teniendo en cuenta la extrema juventud que gozaba, por aquel entonces, la II República Española, aprobada apenas medio año atrás. Recién nacido el nuevo sistema de gobierno ya se habían creado tímidas reformas en cuanto a la igualdad de sexos: las mujeres podían ser elegidas para cargos políticos, pero no, irónicamente, ser electoras. Fue por ello que tres mujeres pudieron participar, meses después, en el debate acerca del sufragio femenino. Un debate acalorado e intenso, pero ante todo maduro y respetuoso, y cuya conclusión, aquel 1 de octubre de 1931, a favor del 'sí', fue respetada por todos y cada uno de los miembros de un Congreso aún en pañales. Se concedía un derecho social hoy en día indiscutiblemente necesario, pero que, por aquel entonces, poca gente había defendido en masa en nuestro país. A diferencia de Inglaterra o Estados Unidos, donde las sufragistas llevaron a cabo una lucha tenaz y no siempre pacífica a favor del voto femenino, la sociedad española había permanecido callada. La clase política se adelantaba a la sociedad, animándola a transformarse en una más justa e igualitaria. La aprobación del derecho a voto de la mujer es sólo uno de los ejemplos que trascendió a la historia, pero en las tertulias de la época también se hablaba de la libertad sexual, económica, social o laboral de la mujer. Sin embargo, quizás por esa tremenda y sangrienta inmadurez que fue el golpe de Estado del 36 y los 40 años que le siguieron, dejando el país bajo el control de la más rancia y clerical derechona, no se puede decir hoy aquello del «cuánto hemos cambiado». Más de tres cuartos de siglo después comprobamos que poco ha cambiado más allá del papel constitucional: no es poco frecuente ver a una desesperada oposición centrando su atención en lo que, para ella, parece seguir siendo el único concepto de mujer: un objeto de usar y tirar, envuelto en un bonito envoltorio de regalo. ¿Se explican de otra forma la recurrente modalidad de «cortina de humo» que se lanza, cada cierto lapso, acerca de la apariencia externa de personas que, independientemente de su formación, preparación y valía, son, inevitablemente, siempre mujeres? El último caso, sorprendentemente coincidente con los nuevos avances en el tan doloroso para el PP 'caso Gürtel', ha sido el de las hijas de Rodríguez Zapatero; pero también recordarán el revuelo de los pantalones de Carme Chacón, o del reportaje en 'Vogue' de las primeras ministras del Gobierno ZP. ¿Habrá llegado el momento de recuperar el sentido común y la madurez que un día, hace ya setenta y ocho años, tuvo la clase política de este país?