Extasiados hasta que llegue el amanecer

Por: Susana Hidalgo.

Control y descontrol
En la carretera que lleva a la discoteca hay un control de la Guardia Civil. Hay formado un buen atasco. Los perros adiestrados olisquean dentro de los coches, las agentes meten la mano dentro de los sujetadores de las chicas: saben que uno de los trucos consiste en que sean ellas las que pasen la droga metida en la ropa interior. "También se la damos a los menores, porque los agentes no les pueden tocar", explica convencido uno de los asistentes al lugar.

Mojar el dedo y chupar
En esta fiesta circula mucha cocaína, pero también hay cristal (polvo elaborado con éxtasis, hay que mojar el dedo y chupar); pastillas de éxtasis, éxtasis líquido y ketamina, una de las últimas drogas de moda. Muchos han traído el estupefaciente desde sus localidades y lo revenden en el aparcamiento para sacarse unos euros.

"Llevábamos cuatro gramos de coca encima y ya los hemos colocado", cuentan Marcial y sus amigos. Tienen entre 20 y 22 años y trabajan, la mayoría, en la construcción. La novia de uno de ellos tiene cara de aburrida. "Le acompaño para que no se me desmadre, pero es que a mí esta música no me gusta", afirma mientras de fondo suena un repetitivo pumba, pumba, pumba.

Un gramo de cocaína (da para cuatro o cinco rayas) cuesta en el aparcamiento 50 euros. Sus efectos a corto plazo, según Energy Control (colectivo que informa en los sitios de ocio del riesgo del consumo), son "ausencia de fatiga, de sueño y de hambre.

Exaltación del estado de ánimo. Disminución de las inhibiciones. La persona suele percibirse como alguien sumamente competente y capaz". Y a largo plazo: "Crisis de ansiedad, disminución de la memoria y de la capacidad de concentración. Apatía sexual o impotencia..." y un largo etcétera.

El gramo de cristal también vale 50 euros y da para siete u ocho chupadas. Cada pastilla de éxtasis cuesta cinco euros. "El cristal también se puede disolver en la copa, pero sabe muy amargo", señala Manu, de Parla (Madrid), que dice saberlo "todo" sobre drogas.

El cristal que circula en la actualidad, prosigue Manu, "es mierda". "Es que la Policía ha interceptado la sustancia con la que se corta y que viene de Japón y por eso cada vez es más difícil encontrar cristal bueno", explica resuelto. Esta teoría circula de grupo en grupo; pero cambiando el causante de la intercepción: la Policía, la Guardia Civil, el FBI... y el origen: Japón, China, Asia, Tailandia...

Para Abel, otro veinteañero, la ketamina, un tranquilizante utilizado por los veterinarios, es una droga que "te relaja y te dilata el culo". "La droga de los maricones", ilustra.

Abel trabaja como técnico de sonido en una conocida serie de televisión sobre adolescentes. Para demostrar su euforia, se sube al techo de una furgoneta y hace el pino ayudado por otro amigo. En el intento se le cae al suelo todo lo que lleva en los bolsillos. El teléfono móvil termina en tres piezas entre la arena del suelo. Por el camino pierde 40 euros. Unos chicos que están escuchando en la radio un partido de fútbol se parten de risa al verle descoyuntarse. Da igual. Para todos sigue la fiesta.

A 100 metros de esta escena, Gela, de 49 años, se hace llamar "la abuela de la fiesta". Tiene mechas de color platino, pantalones pitillo y está sentada en el aparcamiento con una amiga en unas sillitas plegables. Las dos beben un refresco de naranja.

"He venido con mi hija por el ambiente, la fiesta. El rollo que hay es impresionante. Las drogas, en pequeñas cantidades, no son malas", sentencia. Y añade que una vez la entrevistaron por esto, por ser "la abuela de las drogas", en el programa de televisión El diario de Patricia.

Malos rollos
Pasan las horas, anochece y la cocaína y el éxtasis ya no dan tanta felicidad. Empiezan los bajones, los malos rollos, las peleas, las escaramuzas por el aparcamiento, los coches que derrapan. Uno mira a la novia de otro y este le suelta un "¿tú qué miras?". Y se lían a guantazos. Los guardias de seguridad de la discoteca corren de un lado a otro para poner orden. Dentro del recinto, la gente baila; pero muchos prefieren seguir la fiesta fuera porque dentro de la discoteca hay demasiado agobio.

Ajenas a las movidas, una chica de Salamanca intenta entenderse con una universitaria francesa. "The party is... the party", grita. "Quoi?", pregunta la francesa. "Vamos, ¡que lo estamos pasando de puta madre!", contesta la otra en un arrebato de euforia. Una hora después, la chica permanece lívida en la parte trasera de uno de los vehículos. "Es que le ha dado un chungo...", dice una de sus amigas, abanico en una mano, móvil en la otra, a punto de llamar a los servicios de emergencia