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El país de los cántabros - João Fernandes - SVE en España

Tal y como os comenté la semana pasada, el último fin de semana lo pasé en Cantabria. Ya que el lunes era fiesta, aproveché el fin de semana más largo para salir de aquí y explorar una comunidad que está tan cerca y que yo apenas conocía. Puedo deciros ahora que la experiencia fue estupenda.

Viajé el sábado por la mañana a Santander, y allí me quedé durante todo el día. Se trata de una ciudad donde ya había estado hace muchos años. Por supuesto que no me acordaba de mucho: mi memoria solamente recordaba la posición de Santander junto a una bonita bahía y después junto al mar en un lugar llamado El Sardinero. Entiendo ahora que recordar esto no era recordar mucho, porque esta ciudad vale la pena conocerla bien. Es la capital de Cantabria y una de las ciudades más grandes e importantes del norte de España. La bahía de aguas profundas le permite tener un importante puerto comercial, el turismo es una actividad siempre presente y, claro, hay una actividad que hace que Santander sea conocida en muchos lugares fuera de España: el banco que lleva el nombre de la ciudad.

 

Visité todos los lugares a pie y hacía un día maravilloso, como si estuviéramos todavía en el verano. La ciudad se llenaba de luz a causa del sol que se reflejaba en el agua de la bahía. El centro de Santander me sonó mucho al de San Sebastián pero no tan bonito: el mismo tipo de arquitectura que se parece a la del sur de Francia o de Italia. Mucho más adelante, donde la bahía termina y podemos apreciar las vistas al mar abierto, la Península de la Magdalena es un bonito parque donde encontramos el edificio más bonito de la ciudad: el Palacio de la Magdalena. Estamos ya en El Sardinero, con sus playas, sus hoteles y su Gran Casino.

  

Era 31 de octubre, así que era la noche de Halloween. Aunque en España no hay la tradición de celebrar este día, aquí, como en todo el mundo, las nuevas generaciones empiezan a sentir esta celebración como suya. Ya que era Halloween, sábado y, además, hacía una noche perfecta, caliente y sin viento, las calles estaban llenísimas de gente que simplemente caminaba, cenaba o, claro, que salía de casa disfrazada para celebrar la fecha.

Hay todavía que decir que visité dos museos en Santander. El primero fue el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, que vale muchísimo la pena. La región es muy rica en testimonios de la prehistoria y el museo está muy bien, moderno y accesible a todos y a todas. El otro museo (el Museo Municipal de Bellas Artes) no me emocionó y puedo afirmar que fue uno de los museos más pobres que he visitado en mi vida.

Al día siguiente cogí el autobús para un pueblo encantador: Santillana del Mar. Se dice que es el pueblo de las tres mentiras: que no es santa, tampoco es llana y no se encuentra junto al mar, aunque su municipio sí. El hotel estaba a medio camino entre el pueblo y el Museo de Altamira, así que después de comer caminé hasta este importante museo. Las cuevas originales apenas abren al público por motivos de conservación del patrimonio, pero todos los visitantes pueden visitar, e incluso con guía especializado, la neocueva: una réplica muy buena de la verdadera cueva. El arte rupestre del techo de la cueva es, la verdad, increíble. Nos sorprende que la gente de hace tantos siglos tuviera utensilios y técnicas para crear aquellas pinturas. Y nos impresiona la calidad de las mismas, que incluso se hicieron aprovechando las curvas del techo para dar la impresión de tres dimensiones.

Por su turno, Santillana del Mar es un pueblo pequeño, muy turístico, pero que nos hace sentir lejos de todo lo que pueda estresarnos. Vale la pena visitar la Colegiata de San Juliana o el pequeño Museo de los Oficios del Ayer. Este es el perfecto lugar donde descansar o donde pasar un domingo relajado. Allí tenemos cultura y naturaleza muy bien combinadas. 

  

Comillas es una pequeña ciudad junto al mar que no está lejos de Santillana. Es más conocida por sus interesantes edificios diseñados por arquitectos catalanes del siglo XIX. El más conocido de todos, y que yo tuve la oportunidad de visitar tras el anochecer, es "El Capricho" de Antonio Gaudí. Esta es una casa de campo, dentro de un bonito jardín romántico, que se construyó alrededor de un invernadero. La disposición de las salas del Capricho siguen la ruta diaria del sol: por ejemplo, la habitación principal se ilumina por la mañana y el sol entra por la ventana del comedor sobre la hora de la comida. Esto es muy importante, especialmente si pensamos que no había electricidad.

 

El día siguiente era el último. Después de un día en una gran ciudad que es también un importante destino de playa, y después de otro día pasado en el campo, el tercer día fue el día de salir con rumbo a las montañas. Potes es un encantador pueblo que funciona como una de las mejores entradas para los Picos de Europa. El día 2 de noviembre es una fecha muy especial para ir a Potes, gracias a la feria de Todos los Santos de Potes, que ocurre todos los años. Había una cola de algunos kilómetros para entrar en Potes, así que salí del autobús cuando ya estábamos cerca de Potes y caminé hasta allí. Había vacas y caballos en las carreteras, saliendo del pueblo, y los coches y autobuses no podían pasar. Potes estaba lleno de gente, así que no pude encontrar la sensación de tranquilidad que buscaba, pero aun así ir a Potes nunca es una pérdida de tiempo: el sonido del agua de los ríos que bajan desde las montañas, el paisaje a su alrededor y los edificios típicos forman un conjunto que merece una visita y seguro que cada visitante va a querer quedarse por Potes durante algunos días.

  

Sin embargo, empecé a darme cuenta muy pronto que habría un grave problema con los transportes de vuelta a Gijón. Si todo iba bien, cogería el autobús en Potes y llegaría a Torrelavega treinta minutos antes de que el autobús para Gijón saliera. Pero ya suponía que el autobús tardaría mucho para salir de Potes, ya que fue también muy difícil entrar allí. Encima, el autobús sólo salió de la estación veinte minutos después. En ese momento yo tomé una decisión muy importante que, en realidad, me salvó el viaje: viajaría solamente hasta San Vicente de la Barquera, donde también pasaría el autobús para Gijón, y así ganaría mucho tiempo. La verdad es que estoy muy feliz por haber tenido la oportunidad de estar algún tiempo en San Vicente de la Barquera, un pueblo precioso junto a una ría, con un castillo y una iglesia sobre una colina. Me gustaría volver allí y visitar todo con más tiempo y, claro, durante el día.

Fue el lugar perfecto para terminar este viaje de tres días por Cantabria. Un viaje intenso, entre ciudad, playa, campo y montaña, o sea, un viaje corto pero muy completo del que me acordaré durante mucho tiempo. Y siempre tendré ganas de volver a cada uno de estos lugares y de comer de nuevo un rico cocido montañés.

De vuestro amigo,

João

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