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La verdadera ciudad de la luz - João Fernandes - SVE en España

El pasado domingo cogí el avión que me llevó de vuelta a Portugal. Fue un retorno temporal de solo cuatro días pero que me pareció un vuelo al pasado: volví a los lugares que no han formado parte de mi vida durante cuatro meses pero que siempre habían sido lugares a donde me gustaba ir a menudo, como si mi equilibrio emocional dependiera de ello. Aterrizar en Lisboa pareció el comienzo de un sueño que no duraría mucho tiempo.

Lo primero que hice, ya en compañía de mis padres, fue ir a votar, porque era día de elecciones para el parlamento portugués. Ya que había acabado de llegar a Portugal tras cuatro meses en España, le dije "gracias" al hombre que me dio la papeleta de voto (sí, ¡"gracias" en español!), y las palabras "vale" o "no" me salían fácilmente al final de las frases. Ya lo suponía, pero me di cuenta oficialmente de que empezaba a pensar en español. Quizás por esa razón el portugués me pareció un idioma más bonito y más rico de lo que me parecía antes: el portugués sonaba a un retorno a casa.

 

Por la noche conduje hasta Lisboa para estar presente en la noche electoral de mi partido. A pesar de que la coalición de derecha volvió a ganar las elecciones (especialmente porque la mayoría de la gente elige no votar como su forma de protestar), no alcanzaron la mayoría absoluta, así que todavía es posible que todos los partidos de izquierda se unan para formar un gobierno de alternativa. Eso sería algo inédito y, por supuesto, en Portugal se vive la expectativa de lo que va a pasar enseguida. La Comisión Europea ya dice que Portugal quiere seguir las mismas políticas de los últimos cuatro años pero es necesario no vivir en Portugal o no tener conciencia alguna para decir algo así. Si lo preguntaran a los niños portugueses (1 en cada 3 se encuentra en situación de pobreza), igual su opinión sobre lo que quieren los portugueses cambiaría.

  

Yo viví estos pocos días con mucha intensidad: volví junto al mar, al río Tajo, a Lisboa, crucé el río hasta la otra margen y estuve con mi familia y con algunos de mis amigos. Sin embargo, me gustaría haber hecho mucho más: ver a algunos amigos más, ir al teatro, caminar junto al río o cocinar para mi familia. Pero la verdad es que cuatro días tenían que ser insuficientes porque los planes eran demasiado ambiciosos.

Aun así, yo pude entender muy bien por qué echo de menos aquel país: la gente, mis mascotas, los lugares, el sol, el olor del océano, el idioma, los sonidos... Todo forma parte de un conjunto que no podría dejar de ser especial.

Pero la sensación de volver allí fue parecida a la sensación de volver a estar con alguien que fue parte de nuestra vida y que ya no lo es: volví, me di cuenta de que todo seguía siendo mío, de alguna forma, que todo me suena mucho, pero durante cuatro meses mi país no me esperó: siguió su camino y ahora, cuando esos cuatro meses han pasado, veo que mucho ha cambiado y que yo no estuve allí para verlo. En algunos momentos, me sentí más extranjero en las calles de Lisboa que en las calles de Gijón, a donde volví ayer por la tarde. Cuatro meses son un tiempo inmenso, sin fin, cuando tantas cosas han ocurrido y yo, antes que nada, he crecido tanto.

 

Pero aquel país y aquella ciudad siguen siendo los míos: miro a mi alrededor y todas las calles tendrían una historia que contar sobre mí mismo. Lo mismo pasa con mi idioma, con el que puedo decir todo lo que quiero, y con mi familia, que es la casa verdadera de mi espíritu. Y sigo queriendo volver a Lisboa sin pensar que, dentro de algunos días, tendré que irme. Antes, yo viajaba por el mundo y al cabo de algunos días volvía para Portugal; ahora, vivo lejos y vuelvo a Lisboa cuatro o cinco días. No me sorprende que me haya sentido extranjero, de algún modo.

 

Ya en Asturias, cuando el autobús para Gijón llegó al terminal de autobuses del aeropuerto, vi que había un anuncio publicitario en la parte trasera del vehículo: bajo imágenes de Lisboa y junto al logotipo de TAP (la compañía aérea portuguesa, que ahora asegura vuelos directos entre Asturias y Lisboa), se leía "Descubre la verdadera ciudad de la luz". Me parece que esa es la idea general que un turista puede tener sobre Lisboa: la capital más luminosa de Europa porque el inmenso río enfrente es un enorme espejo hecho de agua que refleja el sol. Es una ciudad increíblemente bonita que se vuelve única gracias a su luz especial que solo existe allí.

Sin embargo, para mí, que he vivido allí toda mi vida pero no ahora, Lisboa y Portugal son mucho más que lugares llenos de luz. Aun sin sol, aun sin luz, aunque llueva, aunque haga frío, mi país es mi lugar. Lisboa es mi ciudad y me da igual el tiempo que hace o cuantos días allí estoy. Sigo siempre queriendo más, porque la sensación de estar completo no se agota jamás.  

De vuestro amigo,

João

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