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Crónica de un retorno anunciado - João Fernandes - SVE en España

Después de una semana en la que no os escribí, hoy vuelvo para deciros unas palabras. Esta ha sido la última semana antes de volver tres o cuatro días a Portugal. Habrá elecciones el domingo que viene y no votar sería algo que me costaría mucho perdonarme. A pesar de que estoy en otro país, no dejé ni un sólo momento de tener una opinión fuerte sobre lo que hace falta para que Portugal tenga el rumbo que merece, así que el domingo allí estaré para que mi voz sea escuchada y tenida en cuenta. La democracia es todavía la mejor forma que tenemos de relacionarnos.

Las ganas de volver a ver a mis amigos, a mi familia y a mis lugares han estado aumentando día a día, a medida que mi retorno se acercaba. He pensado sobre a qué lugares quiero ir, qué quiero ver y con quién quiero estar. Quiero volver a ver a mi abuela, a mis padres, a mis amigos, a mis gatas y a mi perro, y también a los gatos que tengo y que todavía no conozco. Quiero volver a comer una hamburguesa con queso, arroz blanco y con unas patatas fritas que tienen una forma muy rara (sé que esto no tiene pinta de ser el plato más portugués que hay, pero es difícil contaros cuánto echo de menos comer algo tan sencillo como esto con mis padres al final de un día). Quiero volver a cruzar el río Tajo y ver Lisboa bajo un cielo azul donde no existe una sola nube y frente a un río tan azul y tan largo que ya es mar mismo antes de llegar a su desembocadura.

 

Claro que la cercanía de todas estas experiencias me ha hecho pensar en todo lo que ha pasado conmigo desde que estuve en Portugal por última vez, como un resumen rápido e intenso de lo que han sido estos meses de voluntariado europeo. Cuando salí de Lisboa, antes de encontrar a Ana en el aeropuerto y volar juntos hasta Asturias, yo apenas cocinaba y nunca había vivido lejos de mi familia. Pensaba que todo me costaría demasiado, aunque era necesario intentarlo. Hoy entiendo que cambiar de lugar e ir a vivir a otro lugar es la mejor manera de hacer todas las cosas que hemos estado aplazando durante años: yo siempre me di cuenta de que podría hablar español pero nunca lo había intentado; siempre quise apuntarme a un gimnasio y siempre lo aplacé; siempre quise empezar a cocinar, a ser dueño de mis días y responsable por mí mismo, pero vivir con los padres nos quita muchas responsabilidades, aunque esa no sea nuestra intención.

Y ahora, por fin, me doy cuenta de lo que ha cambiado. He podido hacer aquí cosas que nunca eran posibles en Portugal: si tengo tiempo libre, puedo salir de casa y en diez minutos estoy junto al mar; si es viernes o sábado, puedo salir de fiesta sin preocuparme de nada. En Portugal, había que acordar las salidas con mis amigos con antelación, pensar en quien llevaba coche y esa persona no podría beber, etc. Aun así, echo de menos la vida que tenía en Portugal y que estaba formada de cosas tan sencillas que solo ahora reconozco su verdadero valor. Y la verdad es que echo también de menos los momentos que no han pasado porque yo he estado aquí: un verano ha pasado sin que yo me despertara ningún día a las siete para llevar a mis amigos en coche hasta una playa maravillosa que está al lado de Lisboa pero que parece estar lejos del mundo.

Pero todo ha valido la pena. Muchísimo. Y lo entendí cuando, hace dos días, terminé de cenar y se me ocurrió la idea de coger mis cascos y dar una vuelta por Gijón. Era de noche y todo estaba oscuro. No hacía viento. Cuando llegué a la Plaza Mayor, la luna llena brillaba sobre el Ayuntamiento, como una enorme bola de oro en el cielo. La marea estaba baja y la Playa de San Lorenzo se extendía hasta donde las luces de las farolas no llegaban. Miré a mi alrededor y nadie estaba en la calle para disfrutar del paisaje. La ciudad, el mar y la luna parecían míos. Pensé en Portugal, pensé que estoy a punto de volver a mi país, pero sabía que, si estuviera en Portugal en aquel momento, estaría encerrado en casa mirando la pantalla de la tele, en lugar de disfrutar de una de las noches más bonitas que he visto en mi vida.

 

Así que ha valido la pena. Muchísimo. Quería guardar el momento, hacerlo eterno, pero no tenía una cámara ni una hoja ni un bolígrafo conmigo, aunque párrafos enteros aparecían ya escritos en mi cabeza. Para eso existe el arte, cualquier forma de arte: para guardar un momento y hacerlo eterno. Por eso el arte es tan necesario.

De vuestro amigo,

João

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