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¡Euskadi tiene un color especial! - João Fernandes - SVE en España

Una promesa es una promesa, así que hoy voy a contaros sobre mi viaje al País Vasco. No hay duda de que viajar es una gran oportunidad cuando se está involucrado en un proyecto de voluntariado en un país que no es el nuestro de origen: es la oportunidad de conocer lugares que de otra forma no conoceríamos.

Sin embargo, conmigo pasa algo un poco distinto: yo he llegado a un país donde ya conocía muchos lugares, y algunos de esos sitios aprovecho ahora para volver a visitarlos con una mirada más madura pero tal vez más impresionable. El País Vasco era uno de esos lugares que familiar me era ya. Me acuerdo que, cuando era niño, venía de Francia en una excursión con mi abuela y pasamos una noche en San Sebastián. En ese momento, el País Vasco me encantó porque la verdad es que me parecía una España completamente distinta, ya que la imagen que yo tenía de España en mi mente era de un país seco, de carreteras largas y planas, sin pendientes, con un paisaje poco verde y con una población altamente concentrada, siendo posible conducir durante mucho tiempo sin ver una sola casa desde la autopista: la típica imagen de Castilla y León.

Hoy, ahora que vivo en Asturias, sé que todo el norte de España es algo que nada tiene que ver con esa construcción mental. Así que, esta vez, lo que me pareció más interesante en el País Vasco no fue el paisaje verde y el clima húmedo, sino la impresión de que el estilo de vida de los vascos es algo distinto: hay menos vida en la calle, menos terrazas, pero mucha limpieza, más bicis, más vida cultural. Apenas tuve la sensación de estar en un país mediterráneo como es España y me pareció más estar en otro lugar de Europa, más al norte.

 

Los dos primeros días estuvimos en Bilbao, la ciudad más grande del País Vasco y que yo todavía no conocía. Esperaba encontrar una ciudad muy industrial que el "efecto Guggenheim" ha ayudado a convertir en una ciudad más moderna y en una referencia cultural en Europa. Lo que encontré, sin embargo, fue una ciudad muy interesante y completa: una ciudad no demasiado grande ni demasiado pequeña, donde se puede encontrar todo lo que es necesario para vivir bien pero sin que sea necesario coger un metro o perder horas en atascos de tráfico. Es una ciudad junto a un río, con un casco histórico muy bien preservado, grandes tiendas, parques y, a su alrededor, montañas que parecen cerrar la ciudad dentro de un marco verde.

 

Lo que más me impresionó, por supuesto, fueron los museos de Bilbao: el Guggenheim y el Museo de Bellas Artes. El primero es el mejor y más conocido ejemplo de arquitectura contemporánea de España y, quizás, el mejor museo de arte contemporáneo que he visto en mi vida, no a causa de su colección permanente (porque esa casi no existe) sino por las exposiciones temporales que organiza, en Bilbao y en el mundo, a veces en asociación con otros museos. El edificio es maravilloso y en frente hay un gran perro hecho de flores de colores muy diversos. Es seguramente un lugar donde volver. El Museo de Bellas Artes es un museo de otro tipo: tiene una gran colección permanente de arte española y especialmente vasca, desde el período románico hasta la actualidad.

 

Bilbao es una ciudad muy interesante, con mucho ambiente, pero San Sebastián es un tesoro. Yo creo que es la ciudad de España que más gusta a cualquier persona que la conoce, y lo más irónico es que San Sebastián no parece, en absoluto, una ciudad de España: teniendo en cuenta la arquitectura, los precios y los idiomas que se escuchan en la calle, sentimos a menudo que estamos en una ciudad del sur de Francia o de Italia (¿cómo podemos no recordar Italia en la Plaza de la Constitución de San Sebastián?). Dondequiera que vayamos, la ciudad nos parece perfecta y en ella no podríamos cambiar nada. En un intento de disfrutar de la ciudad lo más posible, dimos una vuelta junto a la Bahía de la Concha, visitamos el casco antiguo, la catedral, vimos la puesta del sol, pasamos algunas horas en la playa (hacía un sol increíble, como si estuviéramos en julio o agosto) y, al final, subimos al Monte Urgull, desde donde las vistas son impresionantes.

 

Estos fueron cuatro días inolvidables. Es bueno volver a casa, especialmente cuando volvemos un poco enfermos y necesitamos descansar, pero casi siempre volvemos con muchas ganas de hacer las maletas de nuevo y viajar a otro lugar, más días, como quien extiende su mano para alcanzar otra experiencia que merezca la pena.

De vuestro amigo,

João

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