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Cueva. Trabajo. Llaves. - João Fernandes - SVE en España

Otra semana ha pasado. Esta semana empezó cuando yo estaba en León, durante el fin de semana. Fue la tercera vez que me dirigí a esa ciudad y hay siempre nuevos motivos para volver. Tan cerca de Asturias, León y la provincia de León son profundamente distintos de esta comunidad: tras la cordillera Cantábrica, el clima cambia y, con ello, el entorno natural. Si en Asturias los bosques sobre las montañas son verdes y frondosos, en León la vegetación es más rara y dispersa, y el suelo es más seco y rocoso.

 

El lugar que visité el pasado sábado se encuentra, de hecho, en el norte de la provincia de León, en las montañas: la Cueva de Valporquero. Valporquero se trata de un pequeñito pueblo de montaña cuyas casas están hechas de piedra y donde apenas encontramos algunas señales de modernidad. Muy cerca del pueblo, y bajo la montaña de roca caliza, la Cueva de Valporquero es un monumento natural impresionante. Aunque las mejores épocas para admirar la cueva son el otoño y la primavera (cuando se ve y se oye el agua dentro de la cueva, resbalando junto a nosotros), durante el verano esta maravilla natural no pierde su encanto.

 

Aquí por Gijón, esta semana he trabajado sólo, ya que mi compañera de voluntariado, Ana, está de vacaciones durante dos semanas consecutivas. Esa situación no afecta mucho mi volumen o mi ritmo de trabajo, sino que hace que yo tenga que preparar sólo las sesiones del grupo de conversación de inglés. En realidad, eso no me molesta en absoluto: me he dado cuenta de que me gusta dar clases y preparar estas sesiones, anticipando las dudas, las preguntas, preparándome para adaptar los contenidos y los métodos según el número de personas que vienen al grupo y, también, buscando maneras de obtener de los participantes algunas informaciones que me ayuden a entender qué esperan de estas sesiones que son dirigidas, antes que nada, a ellos. A pesar que es difícil preparar una sesión con antelación cuando todavía no tenemos ni idea de cuántas personas estarán presentes y de cuál es su nivel y, consecuentemente, cuáles son sus necesidades, me siento muy contento con esta tarea. Me alegro cuando pienso que el grupo de conversación en portugués, que empezará en septiembre, está a punto de dar sus primeros pasos.

 

Esta fue también la semana de una casualidad impresionante e increíble (casi imposible creer que una cosa así de rara haya pasado realmente). Ayer, después de comer y dándome cuenta de que hacía un día espléndido, se me ocurrió la idea de coger un libro y leerlo en el Parque de los Pericones, cerca de mi casa. Pero, justo cuando la puerta se cerró detrás de mí, me di cuenta de que no había cogido las llaves y nadie estaba en casa para que yo entrara a cogerlas. "No pasa nada", pensé yo, ya que tenía planes para la tarde y, al final del día, seguramente mis compañeros de piso ya estarían de vuelta. Pero sobre las siete horas nadie había vuelto. Como todavía hacía calor y yo tenía el libro conmigo, me senté frente a mi casa leyendo mientras esperaba que alguien llegara. Después de media hora, más o menos, uno de mis compañeros llegó: tenía un aspecto malísimo, ya que había sido su primer día como leñador en su nuevo trabajo. Le conté qué había pasado conmigo y él me contestó que "tranquilo", que podría entrar con sus llaves. Sin embargo, desgraciadamente, se le habían olvidado también las suyas. Inmediatamente llamamos al otro compañero, el cual ¡estaba en Galicia!

La situación no me parecía nada buena. De repente mi compañero pensó que seguramente sus llaves estaban con una amiga suya. Le llamó y ella le dijo que sí, que se acordaba de ver que las llaves estaban en su bolso. Lo peor era que ella vivía en Avilés. Entramos en el coche de mi compañero de piso y, cuando ya estábamos en la autovía, su amiga le llama diciendo que había perdido su bolso y, con ello, las llaves que eran nuestra última esperanza de entrar en casa. Ella sabía que la última vez que había estado con el bolso fue frente a la tienda donde trabaja, aquí en Gijón, y que seguro que lo había dejado allí, junto a la entrada del garaje del edificio. Nosotros llegamos antes y en ese lugar no había ningún bolso. Cuando ella llegó, afortunadamente tenía las llaves de la tienda y pensó que era posible que alguien hubiera encontrado el bolso y dejado dentro de la tienda. Por fin, cuando ya nadie creía en un buen final para esta pequeña historia, su amiga apareció con su bolso y, por supuesto, con las llaves en su mano.

Hay solamente una buena noticia: casi no es matemáticamente posible que una cosa así pase de nuevo.

De vuestro amigo,

João    

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